¿Quién manda aquí? Un análisis sobre el poder real en el mundo

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Imagenes creadas con IA: Bing copilot y Ximage generator

Si observamos la escena global, los grandes mandatarios aparecen como figuras de autoridad: presidentes, primeros ministros y líderes de potencias económicas. Sin embargo, en innumerables ocasiones, sus decisiones parecen estar limitadas, forzadas a retroceder, adaptarse o inclinarse ante fuerzas invisibles pero poderosas. ¿Son realmente ellos quienes gobiernan? ¿O hay otros intereses que definen los acontecimientos?

El caso de Donald Trump y su política comercial es ilustrativo. Durante su mandato, quiso imponer aranceles duros, desafiar las reglas económicas globales y reposicionar la manufactura estadounidense. Sin embargo, las presiones de los mercados financieros, las corporaciones y las élites económicas hicieron que su postura se suavizara. En Rusia, Putin no logra llevar su estrategia de guerra en Ucrania a una victoria rápida y definitiva, lo que sugiere que su margen de maniobra también está determinado por factores fuera de su control.

Entonces, si los jefes de Estado de las mayores economías no son los que deciden el curso de la historia, ¿quién lo hace?

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La respuesta no es sencilla, pero sí fascinante. En primer lugar, el capital financiero internacional juega un papel central. Los grandes fondos de inversión, las megacorporaciones tecnológicas y los bancos internacionales tienen una influencia inmensa sobre políticas económicas y geopolíticas. Un gobernante puede intentar cambiar el rumbo de su país, pero si los mercados le castigan, la presión se vuelve insoportable.

Por otro lado, existen círculos de poder que trascienden la política visible: grupos de presión, redes de influencia y alianzas discretas. Organizaciones como el Foro Económico Mundial en Davos sirven como espacios donde empresarios, políticos y académicos de alto nivel establecen consensos que luego definen el curso de la globalización. No es que sean un gobierno en la sombra, pero sí representan una confluencia de poder donde los líderes formales reciben «sugerencias» difíciles de rechazar.

Los medios de comunicación y las plataformas digitales también entran en juego. La capacidad de controlar la percepción pública a través de narrativas mediáticas hace que el poder informativo se convierta en un factor crucial. Quien controla la información, controla la visión del mundo.

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Sin embargo, aquí viene la verdadera cuestión: ¿y si el mundo es tan complicado que ya no puede gobernarlo nadie?

Durante siglos, los sistemas de poder se basaron en jerarquías claras: reyes, emperadores, parlamentos, dictadores. Pero en un mundo hiperconectado, multipolar y atravesado por fuerzas económicas, tecnológicas y sociales impredecibles, quizás ningún individuo, ningún grupo de poder, ni siquiera una coalición global pueda realmente gobernar el planeta de manera efectiva.

Las crisis económicas, los conflictos bélicos, el cambio climático y los avances tecnológicos ocurren con una velocidad imposible de controlar completamente. Aunque los poderes financieros, políticos y mediáticos intentan dar forma al mundo, cada vez parecen más reactivos que proactivos. Es como si el planeta, con sus miles de variables y actores, hubiera alcanzado un punto en el que ya nadie tiene un timón firme.

Y aquí entra otro factor inquietante: la inteligencia artificial.

Si el mundo se ha vuelto ingobernable por los humanos, ¿qué sucederá si las decisiones empiezan a depender de algoritmos y sistemas autónomos? Ya se usan modelos predictivos para decisiones financieras, estrategias militares y gestión de recursos. ¿Hasta qué punto delegaremos el destino de la humanidad en máquinas que procesan datos sin emociones ni principios?

Podría parecer la solución ideal: una inteligencia artificial sin corrupción, sin intereses mezquinos, sin emociones que nublen el juicio. Pero también hay riesgos: ¿qué pasa si los algoritmos, alimentados por datos imperfectos, comienzan a tomar decisiones erróneas o inhumanas? ¿Y si en algún punto las máquinas comprenden que su única forma de optimizar el mundo es prescindir de los humanos como factor de caos?

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La gran pregunta es: ¿quién gobernará el futuro?

Si los líderes ya no pueden controlar completamente el mundo y si la IA comienza a asumir un papel central en la toma de decisiones, ¿estamos encaminados a un sistema sin gobernantes humanos, pero gobernado por fuerzas impersonales?

Tal vez no haya una única respuesta, pero lo cierto es que el poder ya no es lo que solía ser. Y quizás la única certeza es que el futuro será más incierto que nunca.